La irrupción de lo maravilloso no es un acontecimiento imposible. En esta parte de la costa del sur del Perú, en San Juan de Marcona para ser exactos, este proceso ocurre de la mano de la naturaleza y de la abundante fauna que habita en estos paisajes marinos.
Texto y fotos: Claudia Ugarte
La arena fina se desliza ascendente hasta mi rostro. Debo cerrar los ojos varias veces durante esta mañana en San Juan de Marcona. “Así es el viento en este distrito de Nasca”, me recuerda una vendedora, “y a esta hora es todavía más fuerte en Playa Hermosa”, me dice con la mano sobre la frente para protegerse del sol.
Marcona es el destino al que he llegado este fin de semana por dos razones: perderme unos días en sus playas rocosas y solitarias, acompañada apenas por el gemido de las gaviotas y el azul penetrante de su océano y, por otro lado, leer frente al mar algunos de los libros pendientes.
La Bahía San Juan es todavía el mayor refugio marino de pingüinos de Humboldt de todo el Perú.
Pero el viento cambia mis planes y me desliza –también ascendente– hacia una zona desértica que desemboca en unos acantilados y en uno de los paisajes más poderosos de la costa peruana.
Al llegar allí tengo ganas de contradecir a Julio Ramón Ribeyro, que alguna vez sentenció que es en vano esperar la irrupción de lo maravilloso. Para mí, encontrar esta explosión de fauna marina conviviendo en armonía y a tan pocos minutos de una zona urbana (3 km) ha sido precisamente “la irrupción de lo maravilloso”.
Cuna de pingüinos
Según la inscripción de la extensa muralla que protege esta zona, he llegado por azar a la Reserva Punta San Juan y me acabo de enterar que Marcona es conocida como la Cuna del Pingüino de Humboldt. Mi mente viaja otra vez, pero no hacia las páginas de un libro, sino hacia un recuerdo.
Soy yo a los 7 u 8 años frente a un pingüino enorme. El dálmata de mi abuela parece más pequeño a su lado y está más asustado que yo. “Se llama Pepe”, me dice el señor que lo cría como mascota. “Es mansito”, agrega antes de contarme que lo ha rescatado desde pequeño en medio de una faena de pesca en las aguas de Marcona.
Cómo llegar
Desde Lima se pueden tomar ómnibus hasta la ciudad de Marcona (8 horas aproximadamente). El costo del pasaje oscila entre 50 y 100 soles.
En Marcona se puede pedir información de visitas programadas en la propia municipalidad, o en cualquiera de los operadores turísticos o a info@puntasanjuan.org.
Recuerdo que tuve a ese pingüino a centímetros de distancia y hasta pude acariciarlo. Juraría que fue un “pingüino emperador” (de los que miden más de un metro), pero ahora puedo intuir que era un ejemplar de Humboldt (tal vez de unos 70 cm). Distorsiones de la memoria.
Refugio marino
Por aquella época, las playas Los Leones y Las Loberas (hoy turísticas) hacían honor a sus nombres debido a que siempre se podían ver sobre sus rocas a ejemplares de lobos marinos (llamados también leones marinos).
En los últimos años, pese a la disminución y alejamiento de estos animales, Punta San Juan sigue siendo ese paisaje marino donde la vida silvestre te golpea en el rostro para recordarte que la convivencia en armonía es posible.
Por alguna razón, pese a las actividades minera y pesquera, y a la explosión demográfica de Marcona, este vértice ubicado en el extremo sur de la bahía San Juan es todavía un refugio marino que alberga la mayor cantidad de pingüinos de Humboldt de todo el Perú (más del 50%) y la mayor población de lobos marinos finos (de 5,000 a 8,000 ejemplares aproximadamente).
Su mayor cercanía a la fosa oceánica –esa zanja profunda llena de nutrientes– ha hecho que Punta San Juan abastezca sin problemas a toda una cadena alimenticia que se inicia con microorganismos y termina en especies grandes, como ballenas, focas, delfines, lobos y aves costeras, pasando por peces como anchovetas y sardinas. Más tarde me enteraré de que por esta razón es el lugar marino-costero más productivo del mundo.
Programa Punta San Juan
En 1978 una joven bióloga peruana, Patricia Majluf, llegó a Marcona y se apasionó por el comportamiento de los lobos.
No tardó en fundar el Proyecto –hoy Programa– Punta San Juan (PPSJ) y fue ella misma quien en el 2009 –tres años antes de ser viceministra– contribuyó a hacer realidad el primer sistema de Áreas Marinas Protegidas en el Perú y Sudamérica.
Hoy gran parte del grupo humano que atiende el programa está formado por pasantes y voluntarios/as que se dedican al monitoreo de la fauna marina.
Los mejores meses para visitar la reserva y aprovechar las playas de Marcona son los de verano, en especial febrero, mes de aniversario.
Mar silvestre
Estoy parada al final de la muralla que separa el crecimiento urbano de las 54 hectáreas protegidas. Desde aquí contemplo el descanso de una colonia de lobos. Dos o tres se animan a nadar en las aguas cristalinas del mar de Marcona. Algunos gallinazos sobrevuelan expectantes, pero luego también descansan.
La escena es deliciosa. Al fondo se ve una mancha negra que no deja de moverse y transformarse sobre el desierto. Son las colonias de pingüinos, gaviotas, zarcillos, pelícanos, cormoranes, piqueros y otras aves marinas que no tienen problemas en llenar de estiércol esta parte del litoral.
Después de todo es gracias a ese guano –y al interés del Estado sobre él– que ha sido posible mantener este ecosistema.
El viento es testarudo en esa zona, sí, pero también es sabio, ya que al mover y alejar las aguas superficiales hace que esta parte del mar se mantenga fría y es allí donde surge el afloramiento necesario para permitir esta maravillosa reserva de vida.