El Peruano
Año 5. Edición Nº 273. Jueves 27 de setiembre de 2018
LEGADOS
Arqueología e Historia

Descubrimiento en Calca

El Cusco es una propuesta turística que no se agota con el recorrido de la ciudad y sus atractivos más emblemáticos como Machu Picchu. En el Valle Sagrado, hay mucho por descubrir y eso lo comprobamos en esta ruta que hicimos en Calca, la zona arqueológica de Urco y Yucay. Texto y fotos: Rolly Valdivia
Y allí están ellas, en una de las esquinas de la plaza haciendo barullo y recordando aquellos tiempos; pero no son las únicas. Otros grupos pululan por las calles, haciéndose selfis en el atrio de la iglesia, invadiendo cafés y restaurantes, o brindando con pisco sour en una heladería decorada con vinilos y fotografías del ayer, convertida súbitamente en barcito clásico y tradicional.
El reencuentro es tan digno de resaltar como el nevado Pitusiray y los andenes incas de Urco.

No siempre es así. No todos los fines de semanas –ni los cortos ni los largos– las esquinas de la plaza de Armas, el atrio del templo de San Pedro y menos aún los principales locales del distrito, incluyendo a esa heladería versátil que oficialmente es un café cultural, son tomados –literal y figurativamente– por ellas que no dejan de conversar y recordar, por muchas de ellas que no paran de bromear y reír.

Alegres y divertidas, así son las mayores y las menores, las que terminaron la escuela en el siglo pasado y las que lo hicieron en el nuevo milenio. Tiempos distintos, diferentes generaciones, pero el mismo compañerismo, la misma amistad. Aquella que nacería en las aulas y en el patio del colegio Nuestra Señora de Belén de Calca (Cusco), para crecer y fortalecerse con el paso de los años, con el correr de la vida.

Lugar de reunión

Por eso están aquí y allá, con sus blusas elegantes, sus zapatos de tacón, sus pañoletas doradas, preparándose y organizándose para el desfile. No será una parada cualquiera. Se celebran los 50 años, las Bodas de Oro de su alma mater, entonces, cómo no reunirse con las excompañeras con la consigna de marchar y festejar, reviviendo aquellos tiempos que jamás se fueron porque se recuerdan intensamente.

Y si bien no es inusual que varios grupos de exalumnas se junten para homenajear a su escuela, lo que sí es totalmente extraño e incluso podría ser visto como un disparate, es que una crónica de viaje empiece con ese suceso. Y es que nadie en su sano juicio enrumbaría hacia un destino con el propósito de ser testigo de un desfile, por más que se celebren los 50 años de creación de un colegio emblemático.

Pero ya ven, este relato comenzó así, entre exalumnas y bandas de música, mas no con la descripción de una zona arqueológica en la que se le rinde culto al agua; o de las salas de un museo donde la cultura andina vive, palpita, se enseña y se comparte; menos aún con la gustosa mención de los almuerzos con sopita criolla y cuy al palo, además del sorprendente sabor costero de El Huarique del Negro.

Sí, lo sé, tampoco es lo más indicado escribir de ceviches y arroces con mariscos en una crónica sobre el Valle Sagrado de los Incas, que es allí donde se desarrolla este relato, aunque el autor no lo haya mencionado por la confusión que le ha generado el ver tantas promociones juntas, algo que para él es extraordinario e inimaginable, puesto que jamás se ha reunido con sus excompañeros de escuela.

Cómo llegar
  • Destino: Calca (2,925 metros de altitud). Se ubica a 52 kilómetros del Cusco.
  • El paradero a Calca se ubica en la calle Puputi del centro del Cusco. Costo del pasaje: 5 soles.
  • Urco presenta un muy buen estado de conservación. El acceso se realiza por un tramo asfaltado (2 kilómetros, carretera hacia Urubamba) y una vía afirmada (2.8 kilómetros).
  • Yucay (2,858 m.s.n.m.) es uno de los siete distritos de la provincia de Urubamba. está a 17 kilómetros de Calca. Es un pueblo sosegado, especial para descansar.

Espero que lo comprendan. Desde su perspectiva, ese reencuentro es tan digno de resaltar y enaltecer como las visiones del nevado Pitusiray desde la plaza de Armas, el descubrimiento de los muros, los andenes y canales incaicos de Urco (un legado arqueológico localizada a solo 4.8 kilómetros del epicentro festivo), y de los aprendizajes en el Museo de Cultura Viva de la vecina y siempre soleada Yucay.

Joya arquitectónica

Lo sentimos, señoras y señoritas exalumnas del colegio Belén, pero esta crónica se sacude de la nostalgia y se encamina hacia una joya del pasado que se revela como una clara evidencia de que siempre hay algo nuevo por conocer en el Cusco, echando por tierra los decires pretenciosos de los turistas que descartan un futuro retorno, convencidos de que lo vieron todo en su viaje de tres o cuatro días.

Pero eso no es cierto ni posible. Se comprueba en Urco, un lugar apenas visitado, como si fuera inaccesible o se tuviera que emprender una travesía de varias horas para admirar sus recintos de piedra y esa especie de altar conocido como la waca de Teqsi Wiracocha, que, según lo descrito en la web de la municipalidad provincial de Calca, está encerrado en una cancha de piedra que le da un ambiente místico.

“La waca tiene cabeza de otorongo, cuerpo de spondylus (caracola), cola de serpiente y forma de sapo. La cola es acanalada y se remata en una cabeza, también acanalada, que desemboca en una poza litúrgica”. En ese espacio ritual, desde el que se aprecia un magnífico torreón circular, se representa el primer domingo de octubre la fiesta del culto al agua o Unu Urco.

La cultura viva
  • El Museo de Cultura Viva no cobra entrada. Los visitantes dejan una colaboración voluntaria. También se venden artesanías y diversos productos.
  • Este proyecto ofrece al visitante la posibilidad de participar en sesiones de degustación gastronómica, presentación de productos textiles, cerámicas, orfebrería, platería, entre otras actividades.
  • El visitante podrá conocer y acercarse a costumbres incaicas como la lectura de coca, pagos y ofrendas a la tierra y a la tradicional Pachamanca, este tipo de cocción de carnes y legumbres que se hace bajo tierra y que constituye una técnica ancestral.

El origen de esta celebración se pierde en el mito, en la leyenda, en una historia de amor no correspondido. Esta empezó cuando el inca Urco Huaranqa ofreció la mano de su hija Paucarylla al hombre que hiciera llegar el agua hasta su pueblo. Rumi Maqui (mano de piedra) lo conseguiría después de un arduo trabajo. Lo que no conseguiría fue ganarse el amor de su esposa. Ella huiría con Uska Paucar.

Dolido por la traición, Rumi Maqui los maldijo. Desde ese momento, la pareja de amantes se convertiría en piedra, aunque se desconoce si aquello ocurriría con la misma facilidad con la que la fibra de los camélidos se convierte en hilo en las manos de las guías del Museo de Cultura Viva de Yucay, un espacio en el que el visitante aprende de tejidos y tintes naturales, de sembríos nativos, de toritos de Pucará y de muchas otras costumbres y tradiciones.

Un itinerario para valorar la herencia cultural, agrícola y artística de los antepasados que heredaron sus saberes a los cusqueños que hoy muestran sus raíces al mundo. Y es que en el valle sagrado todo asombra, desde el reencuentro de un grupo de exalumnas hasta la cálida finura de una prenda tejida con vellones de vicuña.

Y eso no es una leyenda ni un mito de octubre. Ocurre todo el año. Todos los años.