El Peruano
Año 5. Edición Nº 276. Jueves 18 de octubre de 2018
AVENTURA
TURISMO EN JUNÍN

Jauja, tierra de utopías

La historia hay que leerla, pero sobre todo conocerla. Esa es una razón poderosa para visitar Jauja y llenarnos de sus texturas y personajes, esos que describiera magistralmente Edgardo Rivera Martínez en su novela País de Jauja. Quizá así entendamos mejor sus tradiciones, sus bailes y disfrutemos más de sus espacios. Texto y Fotos: ROLLY VALDIVIA
Abundancia y distensión. Existencia placentera en un país fantástico en el que discurren ríos de vino y de leche, en el que las cordilleras son de queso y los árboles se proyectan al cielo para producir sabrosos lechones y carnes asadas. En ese lugar soñado, los hombres y las mujeres no trabajan ni son explotados. Tampoco discuten ni guerrean. Viven en paz. Su única preocupación es disfrutar, brindar, degustar exquisitos manjares.

Y esa tierra imaginada sin serpientes maliciosas ni manzanas con sabor a perdición, fue llamada en un principio País de la Cucaña. Fue en la Edad Media y en los albores de la Edad Moderna que se propagó ese mito sobre un espacio anhelado y utópico, donde el sufrimiento no existía. Tiempo después, en la primera mitad del siglo XVI, surgiría un nuevo nombre para referirse a ese paraíso sin Adanes ni Evas.

El interés por Jauja renacería a través de las palabras de Edgardo Rivera Martínez, un jaujino de talla universal.

País de Jauja, le dirían cuando los invasores españoles comunicaron la existencia de un valle de clima generoso, en el que no escaseaban los alimentos y no se conocía la pobreza. Allí, las huestes ibéricas encontraron tambos con abundantes provisiones y, se cree también, parte del oro y la plata destinado al rescate de Atahualpa, el inca cautivo que fue sentenciado a la pena del garrote en Cajamarca.

Un pequeño mundo al revés “donde pagan a los hombres por dormir” y “azotan a los hombres que se empeñan en trabajar”. Una localidad con calles “empedradas con yemas de huevo, y entre yema y yema, un pastel con lonjas de tocino”, escribiría el dramaturgo Lope de Rueda (1500-1565) en La Tierra de Jauja, una pieza en la que ironizaba sobre aquellos que “creen que hay tierras en donde se puede vivir sin trabajar”.

Jauja, distinta y real

Ese llamado a la cordura no acabaría con los relatos de un país edénico que, en el caso de Cucaña, nadie sabía dónde se encontraba. Eso sí, para llegar se tenía que hacer un túnel en una montaña de papilla, como se reseña en la web Sobre Leyendas. Con Jauja era distinto. Jauja existía, era real y, para visitarla, los europeos tenían que navegar miles de kilómetros y, luego, cruzar muchas montañas. Ninguna de ellas comestible.

Y, bueno, aunque parezca innecesario hay que aclarar que los ríos solo tienen agua y que dormir no es una actividad bien remunerada en el país –o mejor dicho en la provincia y en la ciudad– de Jauja, donde tampoco hay árboles con lechones ni pasteles con lonjas de tocino en las calles. Pero no se desanime, en sus restaurantes saboreará reponedoras patascas y, en las orillas de la laguna de Paca, exquisitas truchas a la parrilla, fritas y en ceviche.

Más allá de las exageraciones de aquel mito sobre la abundancia, la antigua villa conserva aún esas pinceladas de paraíso terrenal que entusiasmaron a los peninsulares que la ocuparon en octubre de 1533. Liderados por Francisco Pizarro, fueron ellos los que formalizarían su fundación española el 25 de abril de 1534, con el nombre de Santa Fe de Hatun Xauxa, capital de la gobernación de Nueva Castilla.

No deje de visitar
  • Jauja se encuentra a 3,400 m.s.n.m. y a 252 km de Lima. Se accede por vía aérea (hay vuelos regulares) y tierra por la carretera Central.
  • Paca: La laguna está a 3.5 kilómetros del centro de Jauja. Hay restaurantes y botes de alquiler. Puede avistar aves. Tunanmarca: La zona arqueológica se halla en una montaña, localizada a 20 kilómetros de Jauja.
  • En la ciudad visite la plaza de Armas con la iglesia Matriz de Santa Fe, el monumento a Francisca Pizarro y la capilla de Cristo Pobre que se asemeja a la de Notre Dame de París.
La reconciliación

Frío, incertidumbre, gestos adustos. Esas imágenes no coincidían con el recuerdo azul y montañoso de la laguna de Paca, generado en una visita fugaz, en una escapada, en un ida y vuelta desde Huancayo que terminaría con la promesa de volver para descubrir más de Jauja y sus calles serenas que el 20 de enero, en las fiestas de los patrones San Sebastián y San Fabián, conocen del paso festivo de los personajes de la tunantada.

Una danza que es Patrimonio Cultural de la Nación y no un mito de edades pasadas. Un estallido de color y movimiento que caricaturiza a los personajes de la sociedad colonial; pero hoy no hay fiesta, solo malos entendidos en ese retorno sin buenos recuerdos, entonces, Jauja no se mostró como un país soñado ni como un paraje envuelto por un manto legendario. Te recibió con recelo, te rechazó, te vio con ojos de sospecha.

Termalismo
  • En Jauja, en el distrito de Curicaca, existen unas fuentes termomedicinales conocidas como los baños termales de Acaya, que administra la comunidad.
  • Sus aguas son ricas en minerales que alivian los males reumáticos, nerviosos y gastrointestinales.
  • Otro atractivo similar son los baños termales de Huajal (distrito de Llocllapampa), respecto a los cuales existe la leyenda de que los pobladores se pueden comunicar con los dioses. Si espera ese contacto, en la zona existen algunos emprendimientos turísticos para alojarse.
  • Para llegar a Huajal hay que caminar 45 minutos desde Llocllapampa. El pago de ingreso a las termas es simbólico.

Es difícil explicar lo que pasó. Se podría decir que no hubo química en ese reencuentro. Y si bien no se pronunció ningún juramento que incluyera un ‘jamás volveré’, no existía premura ni inquietud después de recibir varias respuestas cortantes, de ser expulsado de la iglesia por un capricho y de escuchar que las habitaciones de varios hoteles estaban llenas, cuando en realidad carecían de huéspedes.

Y si bien sería arriesgado afirmar que en ese viaje frustrado surgiría un resentimiento, lo cierto es que se perdió la curiosidad por ese destino al que es posible llegar andando por un tramo del Camino Inca, que se inicia en Tarma y que esconde parte de su pasado preincaico y prehispánico, en los encumbrados recintos de piedra de Tunanmarca, la poco investigada capital de la confederación Xauxa-Huanca.

Jauja en la literatura

Años después, la curiosidad por esa provincia de la región Junín renacería a través de las palabras de Edgardo Rivera Martínez, un jaujino universal, que describía a su tierra como un espacio de armonía entre lo andino y lo hispano. Desde su perspectiva, era posible construir una sociedad sin fracturas, reconciliada, orgullosa de sus diferencias y de su mestizaje.

País de Jauja se titulaba esa obra monumental en la que Rivera Martínez –fallecido en los primeros días de octubre– eterniza la vida de Claudio, un jovencito que crece sin conflictos en una ciudad que presenta diversidad de matices culturales, creando así “una novela de la felicidad, de la utopía feliz de un Perú mestizo y que reinserta el mundo andino en la cultura universal”, reseñaría Francoise Aubes de la Universidad de París.

Al terminar su novela reaparecieron las ganas de retornar a Jauja. Tiempo de reconciliación para disfrutar de una tierra inspiradora de utopías, de un país con pretensiones de edén, de un pequeño mundo al revés, bueno, al menos eso es lo que dice el mito; y, como es sabido, los mitos siempre tienen una pizca de verdad. Lástima nomás que no sea cierto aquello de que a los hombres y mujeres les pagan por dormir. Nada es perfecto.