–Esa es una pregunta de larga data. En San Marcos, cuando me propuse investigar la esclavitud en Lima, mi profesor más querido, Miguel Maticorena, el más importante para varias generaciones de historiadores, me dijo: “¿Para qué vas a estudiar a los negros? Dedícate a otra cosa”. Me dolió, pues yo quería explicar mis razones. Muchos años después, una activista afrodescendiente me dijo algo parecido: “Mira, ya no queremos leer más sobre lo mismo”. Y me pregunté: “¿Y por qué no ‘otra historia’ sobre la esclavitud?”. Llegar a esta respuesta demandó todo un proceso de reflexión y leer otras voces de la historiografía latinoamericana.
–Flores Galindo, por ejemplo. Su libro, Aristocracia y Plebe, es, tal vez, uno de los primeros en plantear un acercamiento a los esclavos “con nombre y apellido”, entenderlos como personas en sus problemas cotidianos. El libro es conmovedor, aborda la historia de un esclavo que termina ahorcándose. Es muy fácil decir: “¡Ah, se mató porque era esclavo!”. Pero hay que comprender lo que hay detrás de ese drama. La llamada “historia desde abajo” permite entender que la historia no está hecha solo por los “grandes hombres”, sino que también es una búsqueda de las personas comunes.
–En el Perú, la academia no ha discutido esos conceptos, que sí han sido cuestionados desde el activismo afro. A veces, los historiadores utilizamos de manera acrítica términos que en el pasado se empleaban para dominar, diferenciar a la gente y negarle derechos. Pero, desde la Conferencia contra el Racismo, en Durban, en 2001, los activistas reclamaron que no se les llamara ‘negros’ sino afrodescendientes. En el Perú, el término lo introducen los activistas, no los historiadores. En cualquier caso, en el lenguaje oficial ya es políticamente incorrecto decir ‘negro’ o ‘esclavo’. Y eso se debe a que cada vez somos más conscientes de que la palabra ‘negro’ tiene una intención peyorativa, una carga de pasado: el que ocupa el último lugar de la sociedad.
Desde el momento en que situamos a los afrodescendientes como una comunidad que aporta al país y visibilizamos su contribución, sí se le hace justicia. Se trata no solo de pedir perdón por la esclavitud y la falta de políticas públicas desde que nació la República, sino también de reivindicar y colocarlos en la agenda desde un discurso histórico. Cuando un peruano dice ‘esclavo’, se imagina a alguien desnudo, pobre, golpeado, encadenado. Esa imagen tiene mucho de realidad, pues la esclavitud era inhumana. Pero también debemos recordar que hubo otros espacios donde la esclavitud no se vivió de esa manera. En Sobreviviendo a la esclavitud, me interesa resaltar que, en medio de esa historia de explotación, muchos esclavos superaron la esclavitud y la sobrevivieron. Trataron de ganar pequeños respetos y se acomodaron al sistema mediante actos silenciosos. Es la gente a la que considero héroes y heroínas, porque gracias a su negociación con los propietarios, pudieron impregnar su cultura en la sociedad colonial.
La llamada ‘historia desde abajo’ permite entender que la historia no está hecha solo por ‘los grandes hombres’ o ‘las grandes mujeres’.
–La negociación tiene que ver con la manera en que, desde la cotidianidad y aprovechando el contacto personal entre esclavos y propietarios, algunos afros consiguen, por ejemplo, permisos para visitar a los hijos, al marido, para dormir con el esposo o la esposa. Eso que comenzó como un ‘favorcito’, termina convertido en un derecho que los esclavos reclaman ya como permanente en el siglo XVIII…
–Pero significativas, porque, además, a partir de eso se van afirmando los lazos familiares entre los miembros de la comunidad afro. A la siguiente generación, ya tienen vínculos más marcados. Claro, esto se da en el contexto de la ciudad, en Lima; no estoy hablando de una situación de hacienda. Aquí, los esclavos y las esclavas se empeñaron en mantener sus lazos. Y eso, al final, trae como consecuencia una esclavitud un poco más flexible por momentos. Ese grupo es el que empuja los grandes cambios.
–En realidad, los palenques fueron una opción por ciclos, pero no fueron “la gran opción” de los esclavos. Esto puede sonar a herejía para los activistas y los historiadores que buscan a “los grandes héroes”, a los rebeldes, pero la documentación indica que la mayoría de esclavos nunca se fue al palenque. A mí me interesó esa otra mirada: ¿qué hace la gente común, la que no se va a un palenque ni se mete de bandolero? Lo que hacen en la vida cotidiana es, primero, quedar bien con sus propietarios. La negociación es fundamental; pero para negociar, para pedir un favor, necesitas primero portarte bien. Suena horrible: “¡Ah, claudicaron, no les interesaba la libertad!”. Falso. Lo que pasa es que por muchos años hemos visto el asunto de la resistencia con anteojeras, pensamos que la resistencia es solo la violencia…
“Por muchos años, hemos visto el asunto de la resistencia con anteojeras, pensamos que la resistencia es solo la violencia”
Es cierto. Pero, la resistencia también es cómo sobrevivir a esta institución inhumana, qué dejar a tus hijos, a tus nietos. Si todos se hubieran ido a los palenques, habrían sido asesinados, no quedaría ninguno. Sin embargo, hoy la comunidad afrodescendiente existe y es parte de la sociedad. ¿Por qué? Por la gente común que decidió pelear el día a día.
Ser buenos católicos. En ese momento, participar en la iglesia, en las cofradías, en las procesiones, otorgaba una suerte de puntaje para luego pedir favores. La esclavitud supone también un régimen con algunos derechos; entonces, si se quiebran esos derechos, el esclavo va a un tribunal, se queja, litiga para cambiar de amo. Por ejemplo, una abuela que litiga por sus nietas deja una lección: muchos años después, encuentras a esas nietas litigando por otros familiares. Un grupo enseña a otro cuál es el camino…
Hay varios movimientos de protesta que Scarlett O’Phelan define como antifiscales. Y luego viene lo de Túpac Amaru, que deriva ya en anticolonial, pero se da en la zona andina. En Lima no hay cómo sobrevivir fuera de la ciudad. Fuera de la hacienda, todo es pampa, desierto, cerros. Los cimarrones nunca terminan formando palenques autosuficientes. Creo que todos los activistas e historiadores queríamos encontrar eso en el Perú, pero no existió.
Sí, pero falta mucho por hacer. Históricamente, los afros exigieron de a poquitos y de manera individual. Recién en el siglo XX se organizaron en ONG, en grupos de activistas que han peleado con el Estado. Por ejemplo, el tener hoy una oficina para asuntos afroperuanos en el Ministerio de Cultura es un éxito. En el siglo XIX tenían derechos, pero no quién los representara de manera firme. La sociedad republicana tampoco les dio entrada. Hoy, existen conquistas evidentes, pero faltan políticas que les ayuden a mejorar condiciones como la mortalidad materno-infantil, la deserción escolar, el embarazo adolescente. Falta mucho, pero han encontrado que organizados consiguen más.
–Efectivamente. Debe haber una reconciliación que no pase solamente por pedir perdón en un discurso, sino que también necesitamos, primero, integrar a los afros, a los amazónicos, a las mujeres, a los sectores populares, en una historia nacional que aparezca en los textos escolares. Esos textos serían un primer paso; no digo que sea el paso prioritario, pero dentro de tantas cosas por hacer, la revisión de esos relatos es necesaria. Los afros aparecen en la historia con la Colonia, semidesnudos, trabajadores, víctimas y, de pronto, Castilla, la abolición y… ¡chau! Como que no existen en el Perú contemporáneo. Entonces, hay que ponerlos en la historia.
Ese es un terreno donde hay mucho por hacer. Por ejemplo, hace poco el futbolista Luis Advíncula se negó a grabar un comercial con una empresa de telefonía que quería contratarlo para que dijera en un spot “Yo soy Claro”. Es una frase de doble sentido, pues, siendo él un afro, todo el mundo se iba a reír. Advíncula se negó y eso me parece genial, pues necesitamos que los afros se nieguen a formar parte del juego racista y, por otro lado, tenemos que discutir y denunciar. Un Estado fuerte tiene la responsabilidad de fijar normas para penalizar temas como ese. Por ejemplo, el “Negro Mama” y la “Paisana Jacinta” son un insulto grave para los afros y los indígenas…
Ojalá. Y que no sea un discurso, no más. A la par, nosotros, como sociedad civil, la población organizada en redes, los intelectuales, los activistas, tenemos que presionar cada vez más para que la sociedad sea más igualitaria y democrática. Porque si vamos a esperar al Estado… ¡olvídate!