El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 552 // Viernes 22 de junio de 2018
HOMENAJES
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QUIJANO: MEMORIA Y RAZÓN

La partida física de Aníbal Quijano, una de las figuras más notables de las ciencias sociales peruanas, deja abierta una serie de preguntas sobre la forma en que la sociedad valora –o posterga– a sus intelectuales. ESCRIBE: manuel burga / historiador, exrector de la unmsm # #
El sociólogo Aníbal Quijano Obregón falleció el pasado 31 de mayo a los 90 años, acontecimiento que motivó la publicación de interesantes artículos sobre su vida, obra y afanes políticos –nunca partidarios, más bien académicos– que impulsaron núcleos de reflexión y estudio. No volveré sobre ellos, sino más bien abordaré otros aspectos complementarios, casi denunciando el desafecto a su generación.

Nació en Yanama (1928), Yungay, Áncash. Hijo de un maestro de escuela primaria de esta pequeña población quechuahablante de 500 habitantes, entonces. Luego se trasladó a Yungay en busca de un colegio, acompañado por toda su familia, la que pereció trágicamente el 31 de mayo de 1970, cuando todo Yungay fue sepultado por un aluvión consecuencia del terremoto que afectó a toda la región Áncash.

No puedo imaginar cómo este desastre, en la memoria de Aníbal, convivió con los bellos recuerdos de niñez y juventud que enriquecieron su formación sociológica, tanto en Lima como en el extranjero, hasta convertirlo en un intelectual marxista comprometido con el pensamiento crítico y la necesidad de cambio. No es casualidad que en su obra aparezcan los temas que formaron parte de sus recuerdos, como las haciendas, comunidades, la migración buscando un colegio, una universidad, repitiendo itinerarios de una gran parte de la población llegada a Lima entre 1940 y 1970.

“Esa generación, en el caso de San Marcos, fue simplemente admirable, irrepetible, heterogénea, innovadora”.

GENERACIÓN DEL 50

Su teoría de la colonialidad del poder, formulada según Guillermo Rochabrún ya en plena madurez, lo acercó a sus primeras experiencias, también a José María Arguedas, se enraizó en la dominación colonial hispánica que inauguró la supremacía del conquistador. Este componente racial, casi indeleble en nuestra historia, se vuelve un requisito indispensable en la construcción del poder en nuestro país, aun hasta el presente siglo XXI.

Me parece muy significativa la pertenencia de Aníbal Quijano a la admirable generación del 50, integrada por artistas, escritores, historiadores, antropólogos, lingüistas, sacerdotes, ingenieros y científicos, que frecuentaron las aulas de las universidades limeñas en esa década. Esa generación, en el caso de San Marcos, fue simplemente admirable, irrepetible, heterogénea, innovadora, con integrantes que venían, como Aníbal, de pequeños pueblos de todas las regiones del país.

Estudiaron en los años 50, se graduaron en los 60 y en los 70 renovaron las ciencias sociales peruanas. Unos de derechas, otros de centro, algunos de izquierda, todos comprometidos con su tiempo, con un evidente rasgo común: el pensamiento crítico, frente al pasado, el presente y las propuestas de futuro. Muchos de ellos se apartaron de la universidad, para instalarse en el extranjero, en las ONG, en la universidad privada. El país desaprovechó la calidad de esta generación admirable, al dejarlos a la deriva, los trató con desafecto. ¿Pero se pudo hacer algo mejor?

Creo que sí: en los años 1987 y 1988, a partir del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Concytec), se consideró seriamente la posibilidad de crear en el Perú una institución de altos estudios, como el Colegio de Francia, para congregar a los académicos y científicos más innovadores, originales y creativos.

Siempre me he preguntado: ¿Por qué no hemos podido hacer lo que los mexicanos hicieron en 1940, al crear el Colegio de México con el impulso de intelectuales españoles republicanos?

UN PAÍS EN DEUDA

La generación de Aníbal Quijano, a la que pertenecen ilustres intelectuales, hombres y mujeres, dejó la universidad pública cuando se multiplicaron las ONG que ofrecían oportunidades de investigación y publicación. Nuestro país, a partir de 1996, se apartó del camino mexicano, promovió más bien la inversión privada con fines de lucro en la educación superior universitaria para aumentar la cobertura, la que se logró ampliamente en la actualidad.

El modelo mexicano, público, piramidal, como el europeo, puede congregar a docentes de alto nivel para transmitir sus experiencias y conducir investigaciones de grado. Un alto nivel muy articulado a las universidades.

Ni Aníbal Quijano ni sus compañeros de generación tuvieron una oportunidad semejante a la mexicana, fueron tratados con desafecto por el Estado de entonces, que los miraba con temor y desconfianza, incubando así la crisis que ahora atraviesa la educación superior universitaria, sin pensamiento crítico e innovador, ni líderes académicos que contribuyan a formar a las nuevas generaciones que necesitamos.