El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 554 // Viernes 13 de julio de 2018
PERSONAJES
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EL RASTRO DE LAVOE

¿Pueden las leyendas morir? Hace 25 años, el martes 29 de junio de 1993, Héctor Lavoe se fue a sonear con San Pedro. Un repertorio de boleros y salsas lo hicieron el sonero más famoso desde el Bronx hasta los barrios más populosos de Lima y el Callao, que visitó por única vez en 1986. ESCRIBE: josé vadillo vila / FOTOS: archivo el peruano # #
“Y nadie pregunta si sufro si lloro / si tengo una pena que hiere muy hondo”. “El cantante”.
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Héctor era gloria fresca en las eternidades sabrosas y el gastado casete ya giraba ronco en los cabezales del minicomponente con “La murga”, “El día de mi suerte”, “Juanito alimaña”, “Triste y vacía”, “La fama”, “Te conozco bacalao”, “Calle Luna, calle Sol”.

Ora en el cuarto de Michael, que más parecía una baticueva húmeda y olvidada, donde entrábamos como sardinas para gozar de horas libertarias. Ora en la sala de Sergio, mientras Pichi exigía monedas para la “chancha” o que alguien se inmolara y dejara en prenda la libreta militar o la electoral por medio “jonca”. Ora intentando hacer mingas en el billar ilegal de Juvencio. Ora en el paralelepípedo sin tarrajear de La Bestia, aunque su vieja nos mirara raro porque parecíamos vagos, pero la culpa la tenía el Perú de inicios de los 90, sin oportunidades, tras el autogolpe del Chino y la captura de Guzmán. Infames, canturreábamos y afinábamos las gargantas de barítonos alrededor del vaso de cerveza que se entibiaba.

Y Lavoe, filósofo existencialista y nasal, sonero maloso y aventajado, entre timbales y metales, desde una cinta magnetofónica pirata nos recordaba a nosotros, chibolos limeños bolsiflacos, que todo tiene su final, que nada dura para siempre. Amén. Tal vez ahí, en la iglesia hectorlavoísta de mi espumante barrio, asumí que mi destino era ser escribidor. Salud.

HERENCIA SALSERA
Junto con el trombonista y arreglista Willie Colón, entre 1967 y 1973, Héctor Lavoe grabó 11 discos en Nueva York. Se convirtió en figura del sello discográfico Fania Records. Tiempo después, en solitario registró nueve álbumes más, algunos de ellos producidos por el propio Colón. En el Perú, su imitador más conocido fue Pacho Hurtado, quien hizo alrededor de 500 presentaciones con repertorio lavoísta. Y en el ámbito continental, el puertorriqueño Van Lester lleva tres décadas avivando la nostalgia por el original. En 1999 se estrenó en Nueva York el musical ¿Quien mató a Héctor Lavoe? Y Marc Anthony y Jennifer López protagonizaron en el 2007 el biopic El cantante, pero Colón fue muy crítico porque la cinta solo mostró el lado negativo del artista. El 27 de junio se presentó en la Alianza Francesa de Miraflores el libro del investigador colombiano Sergio Santana, Héctor Lavoe, la voz del barrio. El jibarito sigue respirando bajo el agua.
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A Lavoe lo adoran en la mayoría de barrios populares de América Latina, y cómo no en Lima y el Callao (en otros vecindarios más achorados de la peruanidad “correina” por siempre con papá Chacalón). No sabía bailar, pero hizo disfrutar a toda la raza latina. Por ello, en distintos vecindarios chalacos, como el Atahualpa, el sonero bendice la calle con una mano sobre el cachete derecho (copia de la portada de su segundo álbum de solista, De ti depende). Porque nació en Machuelito, barrio de Ponce, Puerto Rico, y desde mediados de los 60, luego de hacer de miloficios, en el Bronx niuyorcan, por gentileza del sello Fania Records, regaló su talento, ora con Willie Colón, ora solo.

Tanto impactó su interpretación, su repertorio, que daba en la yema del gusto de la masa –que hablaba de penurias, de corazones quebrados, de personajes que uno podía encontrar en la esquina, de vidas al borde del precipicio diario– que su única visita al país de los incas ha servido para historias que más parecen paridas por pluma del realismo-mágico, ¡pero quién no quería tener un momento junto a la gloria mayor del género más sabroso del multiverso, la salsa!

Mi entonado amigo Agustín Pérez Aldave, tribuno del periodismo y la salsa, fue testigo ocular de los cinco días que ‘El cantante de los cantantes’ dejó fuego en El Gran Estelar de la recordada Feria del Hogar (hoy reemplazada por un centro comercial y un estacionamiento gigante).

Fue agosto de 1986. Pérez ha hecho acuciosa taxidermia de aquel momento histórico y ha destejido los mitos: como el supuesto recorrido de Lavoe, al final de sus cinco noches de recitales, por el Callao. Lavoe sí llegó al restaurante chalaco Francesco pero no al Jíbaro de La Perla. Visitó el estudio Iempsa, pero no Los Barrancones.

Pérez Aldave, que alista un libro exquisito, me habla del Lavoe bolerista. En su álbum de ocho tracks de 1975, La Voz, incluye uno de Mario Cavagnaro, “Emborráchame de amor”, que da sed de solo nombrarlo y que hasta ahora no se sabe cómo llegó hasta los oídos del boricua más universal. El otro tema peruano de su repertorio es “Llegó la banda”, de Walter Fuentes. Pero en el Perú, Lavoe no cantó ninguno. Nadie se lo pidió. Paradojas de los salseros.

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Héctor Juan Pérez Martínez, Héctor Lavoe, el jibarito de Ponce, el cantante que andaba con la bohemia pegada a la piel, tenía 41 años cuando llegó a Lima a las cuatro de la mañana en el vuelo 541 de LAN Chile. Eran tiempos del terrorismo, de toque de queda, y Lavoe y su orquesta recién pudieron trasladarse al Sheraton dos horas más tarde.

Lavoe tenía un nuevo éxito bajo el brazo, “El rey de la puntualidad”, que había grabado en 1985 y hablaba de su costumbre de andar sin relojes. Llegó por iniciativa del empresario Hugo Abele, que se la jugó, a pesar de que el jibarito ya había jugado mal a los empresarios en Ecuador y Panamá, pero hubo química con el Perú.

El Doctor Saravá lo presentaba cada noche y Lavoe salía para salvaguardarse del frío en polos afranelados junto con su orquesta, que encabezaba “el profesor” Joe Torres en el piano. El tenor callejero se dedicó a cantar del 2 al 6 de agosto; todo un profesional, agradecía (“Perú, qué chévere eres tú”) y por las noches se iba a dormir al hotel Sheraton de Lima. Una semana antes de su llegada se formó el Hector Lavoe Fan Club con 6,000 miembros.

Eran tiempos en que Lima y el Callao eran salserísimos. Lo dijo Saravá: había 36 orquestas, 40 salsódromos y 21 emisoras pegados al ritmo sensual.

En el Sheraton, el único hombre que respira bajo el agua contó al pelotón de periodistas, entre sonrisas, que practicaba por 25 años la santería y por ello sus collares, que consideraba a Benny Moré y Tito Rodríguez los cantantes “más sobresalientes de la música caliente” y que, de los de moda, prefería a Cheo Feliciano y El Diablo Ismael Rivera. De Óscar D’León no quiso opinar.

Con estadísticas del empresario de conciertos Jorge Fernández, Pérez Aldave ha desmentido esa cantaleta de que los conciertos de Lavoe fueron los más multitudinarios que soportó la recordada feria del “Te llama la llama”. Lo superaron otros artistas.

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Del Perú, Lavoe se fue a Colombia y luego al Madison Square Garden de su ciudad adoptiva, Nueva York. Dos años después, en 1988, empezaría a escribir “fin” con mayúsculas: se lanzó al vacío desde el noveno piso del hotel Regency, a 40 kilómetros de San Juan de Puerto Rico, mientras su esposa y su hija mayor estaban de compras.

“El único hombre que respira bajo el agua contó al pelotón de periodistas, entre sonrisas, que practicaba por 25 años la santería”.

Juró que volvería al Perú, pero nunca lo hizo. Lo pensaban traer para ese año, pero ocurrió el “accidente” y Eddy Santiago tomó su lugar en el Gran Estelar, con su espectáculo de salsa romántica o “boba”, como la llaman los duros; y el Gran Combo de Puerto Rico. Se dice que Lavoe recayó en las drogas tras la muerte de su hijo Héctor. Y moriría en 1993, víctima del sida.

Era santero, tenía una vida exagerada en la que la combinación letal eran cocaína, marihuana y ron. Entonces, un día le dijo al periodista peruano Walter Rentería: “Yo voy a morir pronto, pero lo voy a hacer como los grandes”. Y vaya que lo cumplió.