El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 556 // Viernes 3 de agosto de 2018

ENRIQUE VERÁSTEGUI

PASIONES INUSUALES

DESPEDIDAS
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POESÍA INMORTAL

Una de las voces más notables de la poesía peruana fue la de Enrique Verástegui, quien hace unos días, a los 68 años, dejó de existir. Nos queda su obra imperecedera. escribe: ELOY JÁUREGUI / Fotos: ARCHIVO DE EL PERUANO # #
Enrique Verástegui era un escritor de pasiones inusuales. Había hecho una teoría poética desde las ciencias económicas y usaba como nadie la música de las matemáticas para el lampo de su escritura. Su más de una veintena de libros así lo prueban y su personalidad también lo comprueba. Su metodología era admirada por los escritores más jóvenes y su desprendimiento para ilustrarlos era un sello que solo administran las personas predestinadas.
“Ya mayor, lucía un aire a Jimi Hendrix, pero con sus amplios anteojos detenía cualquier comentario”.

Verástegui había nacido el 24 de abril de 1950 en Lima, pero desde muy pequeño su familia se trasladó a Cañete.

Allí trascurriría su infancia y juventud. Fue en esa apacible casa de la calle O’Higgins cuando lo comenzaron a llamar “Jarry”. Así lo conocían en el colegio, donde fue un alumno sobresaliente. Y a nadie se parecía por sus apegos y pasiones: la lectura y la escritura. Ya mayor, lucía un aire a Jimi Hendrix, pero con sus amplios anteojos detenía cualquier comentario.

Desde 1970, en que nos conocimos en la casa del Movimiento Hora Zero (aquel segundo piso del jirón Huancavelica, en el centro de Lima), del que fuera fundador junto a Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz, Verástegui fue una suerte de hermano mayor. Entonces amigos, nuestras charlas iban desde los poetas Ungaretti, Quasimodo y Pavese, hasta las letras de los valses de Pablo Casas o Miguel Correa. Él preparaba ya su libro En los extramuros del mundo (Milla Batres Editores, 1971) y yo descubría las estructuras de un poema más en los hallazgos de la lingüística.

ESCRIBIR/MORIR
El siguiente es un extracto de la entrevista que Enrique Verástegui sostuvo con Antonio Cisneros en setiembre de 1975 y que se publicó en Variedades con el título de “La vocación del desarraigo”. Cabello largo, mirada curiosa, escucha activa, el joven Verástegui hizo en nuestra publicación una parte importante de su tránsito como periodista. Descanse ahora, poeta.

–Enrique Verástegui: Hablabas un poco antes sobre escribir para evadir la muerte, escribir como una prolongación de la vida; recuerdo unas palabras así, la misma concepción casi que tiene Vargas Llosa sobre la escritura, ¿cómo explicas eso? ¿cómo puedes aclarar mejor ese panorama?

–Antonio Cisneros: Yo soy un hombre muy poco teórico, no me atrevería a decir que es una concepción sobre la escritura, no tengo tanto como eso, pero en todo caso, digamos, yo, de ningún modo estuve avizorando la posibilidad de la inmortalidad, o sea sobrevivir mediante la escritura, no, jamás, simplemente visto del punto de vista más plano, biológicamente hablando, qué cosa es nuestro existir si no una sucesión de días que van desde el nacimiento hasta la muerte; entonces, en ese camino que es del nacimiento hasta la muerte, qué es lo único que el hombre conoce con certeza: la muerte, no tenemos ninguna otra certeza más que la muerte.

–Enrique Verástegui: Conoce lo que no conoce, porque, como dice Georges Bataille, es la única experiencia de la cual el hombre no puede dar parte, ¿no?, de la cual no puede dar

–Antonio Cisneros: Exactamente, lo que conocemos es que en un momento dado se acaba la vida y empieza la muerte.


VIVIR POR LA POESÍA

Enrique lucía en aquel entonces un african look, jeans y una casaca de guerrillero y ya había decidido vivir para y por la poesía. De esos días eran su acompañar por las tardes a la poeta Enriqueta Belevan y, religiosamente, todos los viernes, ir en patota a los conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional en la cazuela del Teatro Municipal. Otras noches, nuestras vidas se encrespaban en los bares del centro de Lima: el Palermo, el Chino-chino, La Llegada.

Una de las capacidades que se notaba a leguas era su dedicación al trabajo y la escritura. En 1972 gana la beca de la Comunidad Latinoamericana de Escritores que dirigía Miguel Ángel Asturias. Un año después grabó sus poemas para la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. En 1975 escribió el Tratado de Estilo para Inide y, casi simultáneamente, obtuvo la beca Guggenheim de Nueva York que le permitió viajar a Barcelona, Menorca y París.

Eran años convulsos en el Perú de la dictadura del general Velasco Alvarado. Entonces, la militancia nos obligaba a ciertos rigores. Pero ahí aparecía el discurso fresco de los poetas, las muchachas en flor, el jazz de Miles Davis, el ron y la marihuana. Así, la casa era un gran laboratorio donde sobraban versos y no abundaba la comida. Pero había rigor. A los poetas de Hora Zero solo nos correspondían los actos rotundos. Y ese fue nuestro camino y destino.

VERSO Y TEOREMA

“Contra la dictadura, poesía; y contra la estupidez, poesía”, decíamos. Verástegui manejaba ya entonces un estilo sorprendente para atrapar los términos y correlatos como un experto taumaturgo y construir tejidos de planos y dimensiones. De esta manera exponía sus emulsiones infinitas en las que se fusionaban naturalezas, cuerpos, lenguajes y motores de rotación.

A ellos religaba términos de la física y las matemáticas. Luego desarrollaría textos que iban más allá de la metáfora y lo simbólico y quedaba así un poema limpio de asperezas y estropicios.

Verástegui, para aquellos que hoy –qué sorpresa– descifran su importancia pero que en su tiempo lo llamaban ‘demente’ y ‘presumido’, ahí les dejó su libro Teorema de Yu. Un solo poema con 365 versos, el cual debe descifrar y reescribir el lector, como el enigma de la esfinge, o como un nuevo Stephen Hawking. “Toda belleza no se corresponde al poder / sino a la eternidad. / Toda historia transcurre alejada del poder. / Aquello que llamaste vida es una ilusión...”.

Por ello, cuando se hable de poesía peruana, su nombre estará en un lugar protagónico. Su poesía limpia, incorruptible.

Y cuando la noche del 27 de julio nos enteramos de su muerte, solo hay un episodio que no tenía escritura.

Que nuestras vidas fueron perpetuas por ese asombro que nos produce la belleza. Y ahora reviso sus libros. Toda poesía, solo poesía, y ese es el testimonio de un hombre que vivió para la belleza y la amistad. Y a los 68 años se fue diciendo: “Porque yo soy más salvaje de lo que pude parecer. / Y más libre. Y más limpio. / Y pienso esculpir una gota de lluvia. / Y pintar un cuadro con un árbol lleno de fuego”. Lo juro. Así está pintado.