El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 557 // Viernes 10 de agosto de 2018

EL FACTOR HUMANO

El componente más complejo y sensible del circo.

ESCENARIOS
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HORA DE SALTAR

Protagonista de Ilusión, el nuevo montaje de La Tarumba, Carlos Olivera nos lleva detrás de la carpa, hacia el lado más difícil y nostálgico de la tradición circense. escribe: luis m. santa cruz # #
Son las 5:00 de la tarde y la carpa de La Tarumba presume una calma que ya no existirá en un par de horas, cuando las familias lleguen y los hombres vuelen por los aires como si la gravedad fuera un invento de la imaginación.
“Olivera entiende que el circo puede ser un negocio, pero no puede ser solamente eso, no puede limitarse a ganar dinero”.

En medio del silencio, Carlos Olivera reflexiona sobre su vida, que ha pasado ante sus ojos con la velocidad de una acrobacia. Se unió a la familia circense a los 12 años y a la fecha ya ha formado parte de 20 espectáculos que incluyen la más reciente puesta en escena de este grupo, el montaje Ilusión.

Este nuevo show, en el que ocupa uno de los papeles principales, le ha dado la posibilidad de tener una mirada nueva sobre su eterna profesión.

Por ejemplo, hoy es completamente consciente de que lo más difícil que se vive detrás del escenario no es el reto creativo de armar una coreografía o contar una historia. O el ensayo personal de cada integrante para perfeccionar una pirueta que depende de un desempeño atlético. Lo más duro para el artista es el esfuerzo colectivo de mantener a salvo a tanta gente, física y emocionalmente.

ARTE Y ERROR

En el furor del momento, muchas veces la audiencia no se percata de que un detalle del espectáculo ha salido mal. Pero el que comete el error siempre lo nota, así que Olivera sabe que es importante trabajar el aspecto psicológico tanto como se fortalecen los músculos.

“Todo tiene que ver con la personalidad”. Y esa sentencia es más fuerte de lo que parece. Después de un error, los ensayos en la carpa suelen cargarse con frustración y rabia porque una equivocación minúscula se siente como la carga más grande del mundo.

Por eso hay un énfasis en la preparación del cuerpo y en el desarrollo integral del artista como persona, convirtiendo al circo en una familia que no suele dar la espalda. Que le recuerda a sus integrantes que los errores son pasajeros, pero el talento no tiende a acabarse.

Con asesoría del especialista, el elenco aprende a colocar las emociones de la manera correcta. A equilibrar los sentimientos para que el proceso de aprendizaje y mejora no sea algo tedioso e, incluso, doloroso. Pero, sobre todo, les enseñan a respetar sus cuerpos y el de sus compañeros en lo que se refiere al pacto tácito de como tocar y acercarse entre ellos en una labor tan corporal.

Si algo sale mal a pesar de eso, salen en grupo por unos tragos, a comer o simplemente a conversar. En La Tarumba los errores se procesan con el diálogo en conjunto y no almacenando la mala vibra que carcome con facilidad a los que viven de la magia.

Sabiendo todo esto, Carlos valora la atmósfera familiar porque le permite conocer a los que ponen su vida en juego para que la ilusión sea posible. Él ha llegado a un punto en que solo con verlos sabe cómo piensan, reaccionan y cuánta presión pueden aguantar. Y nunca hay que romper esos límites.

DE LA NOSTALGIA

El silencio ayuda a que Carlos haga memoria. Nadar en una nostalgia que no es dañina y que lo lleva a los tiempos en los que el circo era un espectáculo completo, de hombres y mujeres que se formaban toda su vida. A diferencia de hoy, en que muchos improvisados de la televisión inflan la carpa con ego y figuretismo. “Los cirqueros tenemos que cuidar lo nuestro”.

Olivera entiende que el circo puede ser un negocio, pero no puede ser solamente eso, no puede limitarse a ganar dinero porque el arte siempre necesita un factor humano. El arte siempre tiene algo que contar sobre sus creadores y sobre su público. El artista también entiende que La Tarumba se ha vuelto sinónimo del concepto clásico del circo para los peruanos y esa es una responsabilidad enorme.

Nace entonces el orgullo, mas no el ego porque siempre el renombre será de La Tarumba y no de los artistas individuales. Ni el fundador o director del proyecto pone su nombre por encima del colectivo, porque buscan ser una institución y no un templo. Carlos se emociona y sin vergüenza porque “nunca hay que perder la capacidad de emocionarse, de divertirse”.

MAGIA Y VIDA
De la mano de su abuelo, el pequeño Max llega por primera vez al circo con la curiosidad todavía no amansada por la rigidez del mundo adulto. “Con la magia del circo, pondremos atención a nuestro niño interior dándole la oportunidad de ser el protagonista de su propia vida”, explica La Tarumba acerca de Ilusión, el montaje que reúne a una treintena de artistas en un espectáculo que celebra la vida. De miércoles a domingo hasta el 23 de setiembre en la carpa La Tarumba, en Plaza Lima Sur. Teleticket.

El cirquero teoriza que, al jugar con otra persona, la miras de verdad. Al emocionarte con otra persona, vas tejiendo un vínculo muy fuerte. Una unión que genera respeto, una de las cosas que más nos falta como sociedad.

Y, aquí, así, la nostalgia se convierte en alegría, una sensación que solamente la genera el circo, su pareja y pasear con su mascota por las mañanas. Pero ya van a ser las 7:00 de la noche y es hora de saltar frente al público más difícil de todos: la gente que quiere ilusionarse.