–Es verdad. En el Perú, así como hay discriminación social, existe también exclusión académica, familiar, económica. Discriminamos al tío que no tiene plata, al primo que no llegó a hacerse profesional, a la persona que “no se viste bien”, según los estándares comerciales.
De alguna forma, lo que recogen los cuentos es la discriminación desde ese punto de vista amplio. El clásico ‘Te saco la vuelta porque no te arreglas’ denota un afán por sentirse superior en función de una inferioridad atribuida a los demás. Siempre hay alguien encima del otro por alguna razón: piel, estudios, dinero, sexo.
–Tener un personaje te da una historia. Cada uno de mis personajes tiene vivencias que se conectan con la realidad peruana. Esa era la intención: escribir historias y no solo desarrollar temas. No obstante ser un libro con once cuentos independientes, todos tienen un hilo conductor que es el rechazo o la indiferencia.
Lamentablemente, acá te ves obligado a escoger una de esas dos posiciones. Y la literatura sirve para escribir sobre esos temas sin juzgar las cosas como buenas o malas. La buena literatura muestra sin moralejas.
Si observas con deteni-miento, puedes encontrar historias en la calle, en los semáforos, en los mercados, en todos lados.
–Los quiero y sigo pensando que son independientes del autor. Ellos se escriben solos, tienen su propia historia y experiencia. Claro que hay un cariño y una cercanía, pero son totalmente independientes. El autor debe ser solo un intermediario para que la historia exista.
–Hay chispazos de realidad producto de lo que he vivido. Se contrabandea la discriminación por medio de un chiste que la gente celebra o la indiferencia absoluta al otro. He vivido experiencias de ese tipo y las he querido plasmar. En la calle he visto rechazo por la gente que está vendiendo o mendigando en los semáforos.
Precisamente, escribí un cuento titulado Caramelos, que refleja esta realidad. Estas historias son contadas desde la sinceridad, la empatía y la observación del otro.
–Antes de escribir algo, necesariamente debes sentarte a observar el mundo. Esto me lo dijo Marcos Giralt, el escritor español que vino a la feria del libro, cuando le pregunté de qué manera influyó la pintura en su narrativa. Y él me respondió: “Viendo a mi papá cómo pintaba entendí que antes de aprender a escribir hay que aprender a mirar”. Y es cierto. Es importante hacer una pausa para contemplar lo que sucede a nuestro alrededor.
Estamos muy apurados en producir como resultado de la competencia exacerbada que nos impone el mundo moderno. Si observas con detenimiento, puedes encontrar historias en la calle, en los semáforos, en los mercados, en todos lados. Muchas veces somos indiferentes a esas historias.
–Sí y no sé si se debe a que la indiferencia está enraizada en nuestra cultura. Pero sí, es evidente que existe una normalización de estos hechos porque ocurren tan a diario que la indolencia va ganando terreno.
Estamos muy acostumbrados a vivir y ver hechos de violencia y rechazo. La idea es impugnar esa realidad con cuentos de este tipo. Que la literatura sirva para eso, para conectar con el otro.
–En provincias la gente es más empática, se solidariza con el otro y hay una indignación social. Sin embargo, en Lima ocurre todo lo contrario, aun cuando la mayoría de la población limeña es provinciana. No lo entiendo.
De pronto, estamos en Lima y automáticamente nos desconectamos del otro. Dejamos de ver y solo seguimos.