El Peruano
Año 108 // 3ª etapa // 564 // Viernes 28 de setiembre de 2018
DIÁLOGOS
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LOS GIROS DEL CINE

Conexión, revista del Departamento de Comunicaciones de la PUCP, dedica su más reciente edición al cine documental. Su editor temático, el realizador Mauricio Godoy, reflexiona sobre cine peruano, giro subjetivo, tecnología y representación de la ‘verdad’. entrevista: CÉSAR CHAMAN # #
Desde los años 90, en el país se graban hechos clave de la realidad sin una intención propiamente cinematográfica o documental.

¿Qué opina al respecto?

–Es interesante observar el componente de la tecnología y la ‘democratización’ de su uso, algo que permite que tú, con un dispositivo de 8 centímetros, puedas registrar esta conversación. Hace 80 años, hubieras necesitado un megaequipo para grabar esta entrevista. Hoy cualquiera tiene una cámara en el celular. El realizador chileno Patricio Guzmán dice que el documental es la memoria de un país, es como el álbum fotográfico para una familia.

La frase de Valeria Valenzuela, “Yo digo que el mundo es así”, da una pista concreta sobre la subjetividad del documental contemporáneo.

–Bueno, desde los inicios del cine siempre hubo alguien detrás de la cámara y eso implica un punto de vista de la realidad. Desde el primer documental –Nanuk (1922) de Robert Flaherty–, cuando uno hace una película visibiliza ciertas cosas y oculta otras. La Segunda Guerra mundial como la conocemos hoy refleja el punto de vista norteamericano; pero, si esa historia la hubieran contado los nazis, aun desde la derrota, ¿sería la misma? Siempre hay alguien que nos cuenta una historia. Y por cómo se construye el documental, se entiende que esa es ‘la verdad’. Sin embargo, con el giro subjetivo, los directores, en vez de ocultarse tras la cámara, se ponen delante de ella y afirman: Yo digo que esto es así. Ese es un acto valiente.

¿El documental puede ser una respuesta a esa visión del Perú del exotismo forjada por Hollywood?

–Puede que sí. Muchos de los primeros registros que se hacen del Perú son de viajeros que ven un país idealizado. Y encontramos pequeños documentales, de 1930 y 1940, con imágenes de una Lima bonita, señorial, con un cerro San Cristóbal aún sin casas, la tres veces coronada villa. De ahí pasamos al Cusco y Arequipa. Y una voz en off nos guía para decirnos que el Perú es así, desde su perspectiva. Las primeras manifestaciones sobre el Perú hechas por peruanos son las de la Escuela del Cusco, de los años 50. Son los hijos de familias acomodadas que empiezan a utilizar el cine y rescatan tradiciones y folclor. En esa misma época, en el Cusco había conflictos por tierras; sin embargo, el cine cusqueño no tocaba ese tema. ¿Por qué?

Con el giro subjetivo, los directores se ponen delante de la cámara y afirman: Yo digo que esto es así. Es un acto valiente
¿Qué pasa después?

–Hay un cambio en los años 70, con un enfoque más político a partir de Velasco y los incentivos a cierto tipo de cine. Y en la actualidad vemos que son los jóvenes quienes comienzan a producir documentales en los que el tema del yo y las preocupaciones personales son importantes. En otros casos, son los problemas del medioambiente, el conflicto armado interno.

En este panorama, ¿cuál es el estado del documental peruano?

–Creo que es prometedor. Se están produciendo películas interesantes y si bien no podemos compararnos con Argentina, México o Brasil, en general el cine peruano está creciendo en todo aspecto: desde el cine que se ve en las salas, hasta el de los festivales; hay premios y cursos de cinematografía. Y dentro de esa producción, hay diferentes tipos de cine: el más comercial, el cine de autor, el alternativo, el regional.

¿Qué ha sucedido con el público del documental en esta evolución?

–Es un público interesante. Sin embargo, si uno mira las salas, casi todo es Hollywood: diez salas con los Avengers y solo una con una película peruana. Y hablando del público general, la mayoría no está acostumbrada a ver otro tipo de cine que el de Hollywood. Entonces, si uno le muestra a ese espectador un documental, le parece lento, aburrido. Felizmente cada vez hay más festivales en Lima, Trujillo, Arequipa.

¿Qué les falta al documental y al cine peruano?

–Falta que los festivales ahonden en el lado formativo. Hay que ir con estas películas a los colegios, dar talleres, que los adolescentes comiencen a ver otro tipo de cine, que noten que Hollywood no es lo único. No conozco a nadie que haya visto el documental Metal y melancolía y que no le haya gustado. El problema es cómo lo ves, dónde accedes a esa película y cómo te animas a verla si tienes ya una idea formada: “No tengo ganas de verla, yo quiero reírme un rato”.

¿Hay recursos para dar ese salto hacia lo formativo?

–El problema es que a las instituciones privadas no les interesa nada; nunca apoyan. Los festivales se hacen con recursos propios. A futuro, se debería apostar por formar espectadores. Si yo comienzo a dar talleres en los colegios, ¿qué alumno no quiere agarrar una cámara? Los chicos están acostumbrados a la tecnología. Y si les entregamos una nueva forma de expresión, muchos acabarían convirtiéndose en realizadores. Pero si no se hacen talleres, no pasa nada.

Necesitamos formar público, entonces…

–Sí, de todas maneras, para un tipo de cine diferente. Todo el mundo ve películas y ‘Esto es Guerra’. Pero ¿esos programas te hacen pensar?, ¿te hacen consciente de lo que pasa en el Perú? No, solo te atontan. Un buen documental, en cambio, hace que te preguntes dónde estás parado y qué implica la realidad de tu país. Yo no tengo que salir a la calle a luchar con piedras, si embargo puedo criticar la realidad a partir de mi película. Pero si hago ficción banal y ‘Esto es Guerra’, solo estoy atontando a la gente.

¿Entiende el cine como una forma de lucha?

–Por supuesto que sí.