Se enfocaba en la condición humana que aparece al momento de tocar la duda y la desesperación, la cercanía a la muerte.
Durante toda la proyección, Rocío se la pasó reconstruyendo cada escena, dándole forma a un misterio contado con una maestría que obedecía a un creador consumado y no a un entusiasta debutante. Encontró todo el montaje muy teatral y provocador. Y convirtió el filme en un proyecto suyo a largo plazo.
Lo que Tovar no sabía es que le estaba dando una nueva intensidad a la expresión “a largo plazo”. Durante más de 20 años, convocó a actores a los que les proponía esta odisea con el fin de reclutar una tripulación de locos aventureros que dijeron ‘sí’ ante lo que algunos veían como un absurdo despropósito. Los que decían ‘no’ eran las instituciones y productoras que consideraban inviable mostrar la producción cinematográfica y las muertes que exhibía sin tapujos la cinta.
Pero Rocío no pensaba en la violencia que azota la pantalla en Reservoir Dogs al momento de promover su obsesión. Ella se enfocaba en la condición humana que aparece al momento de tocar la duda y la desesperación, la cercanía a la muerte y la falta de confianza. Argumentos que, finalmente, convencieron a La Nave, hogar que albergó el sueño de la directora e hizo posible la primera temporada de Los perros, que se estrenó el año pasado.
Sin duda, no hay primera sin segunda cuando hablamos de esta pieza que se presenta como una adaptación libre de la obra tarantinesca y que Tovar define como “un loco calato”. No duda en calificarla como una nueva obra y, en ese camino, se ha vuelto a enamorar del proceso. Volvió a romper sus expectativas y procedió a alejarse del filme original, reemplazando en su canon los rostros de maestros como Buscemi y Keitel con los rasgos de sus elegidos nacionales, actores como Manuel Gold y Pietro Sibille. Gozó al verlos envolverse en las tarantinadas que ella proponía sobre el texto del mismísimo Tarantino.
Durante la segunda temporada, la directora niega que el reto más grande haya sido intentar replicar el ritmo y la tensión de la cinta original. O jugar con los géneros y la orquesta sangrienta que es marca de fábrica del director que nos regaló también Pulp Fiction e Inglourious Basterds. El desafío más grande fue saber entender la falta de valores que profesa Reservoir Dogs.
Los perros a los que hace alusión el título de la obra y del filme son personajes misóginos y racistas, destructivos y agresivos, sin pena ni gloria. Y Rocío respeta con fidelidad esas características, ya que no todos los proyectos artísticos tienen que dar un mensaje social. Para ella, es mejor que nos esforcemos en encontrar el humor en crueldad antes que buscar una moraleja entre las balaceras.
Este respeto a Los perros no busca contentar a los fans más acérrimos de Quentin. No es una búsqueda de conflicto con ellos tampoco, pero es que la gran mayoría ya fue a ver la obra durante su primera serie de presentaciones y ahora es el momento de encontrar a un nuevo público. Tovar ya hizo feliz al cinéfilo y llegó la hora de enfrentar al visitante asiduo del teatro, al que busca otra fórmula sin saber lo que está en camino.
Los perros, hablando exclusivamente como una obra teatral e ignorando su origen, continúa siendo una idea arriesgada. Rocío la compara con lo que fue Misterio, de Aldo Miyashiro, hace 15 años, en lo referido al espíritu transgresor y las ganas de destrozar lo establecido. Romper las antiguas reglas que encadenan a autores que quieren incendiarlo todo para comenzar un imperio desde cero.
Mientras Rocío Tovar calcula el alcance de esta explosión que ha cocinado por más de dos décadas, suena Coconut de Harry Nilsson. Debe ser porque este encuentro está destinado a terminar en este preciso momento.