Y es en el marco de esta fecha que, por primera vez, presentamos este autorretrato de Fernando de Szyszlo para contemplar, como en una exposición itinerante, aquello que el pintor expusiera el último fin de semana de junio del 2011, cuando, adelantándose diez años, plasmó con ideas sus impresiones en torno al Bicentenario de la Independencia del Perú.
De Szyszlo hace un balance honesto, una proyección de inquietudes. Tenía entonces 85 años y era imposible presagiar que moriría en el 2017 al caer en su casa, la misma donde una vez más ha recibido a este periodista con la apertura de siempre, pero al que sorprende con esta confesión:
“Nunca he hecho un cuadro por el que yo diría ‘Esta es la obra que quería hacer’. Está pendiente, creo que va a quedar así, quedaré en deuda. Siempre he dicho que la pintura para mí ha sido el homicidio de un sueño. Uno ha soñado un cuadro y cuando lo comienza a hacer y lo va avanzando, él va desapareciendo, se va escapando. Entonces, vuelve usted al día siguiente, a pintar por otro lado. Soy un pintor que ha estado persiguiendo una sola idea, un solo cuadro, que lo he atacado de diferentes lados, de diferentes colores, de diferentes composiciones, pero es el mismo cuadro y todavía no lo he conseguido”.
Absorto en la introspección, De Szyszlo pasa de la autocrítica a su visión sobre arte e independencia. “Desde el punto [de vista] de la cultura, el Perú está tratando de ser independiente; es un proceso lento que nos ha tomado varios siglos. Durante la Colonia, el arte era dirigido por curas españoles que necesitaban imágenes para sus iglesias: pinturas y esculturas. Sin embargo, el artista nativo arregló la manera de crear un estilo propio y el arte peruano de la Colonia se muestra independiente, no le debe mucho a nadie”.
“Con la República –continúa De Szyszlo– el arte peruano se vuelve colonial, comenzamos a imitar lo que se hacía en Francia o España, comenzamos a tratar de ser como los europeos; es decir, a borrar todo vestigio de identidad, raíces, y a imitar la pintura europea. El caso más flagrante es ese cuadro que hay en el Museo de Arte, Los funerales de Atahualpa, un cuadro que de peruano no tiene nada”.
Una pregunta más para De Szyszlo: ¿Cuándo es que el arte peruano vuelve a tener identidad propia? “El arte peruano comienza a darse cuenta de su situación tan colonial hacia 1920, con el indigenismo de Sabogal, que trata de provocar una cultura con más elementos. Lo que pasa es que ellos, los indigenistas, pusieron demasiado el acento en el tema, como si este fuera el que diera la identidad y no lo profundo, el contenido”.
¿Usted diría que hace falta una segunda corriente de indigenismo? El pintor responde: “No, sino que tomemos conciencia de que la identidad es una cosa muy importante y que un verdadero arte necesita tener raíces, y esas raíces se manifiestan, quieran o no, en el artista. Si el artista es honesto y hace una buena pintura, esa pintura tendrá que tener identidad; si no, es una pintura colonial. Yo espero que para el 2021, año en el cual no espero estar, el Perú haya descubierto un arte que hable en el lenguaje de todos los hombres –el lenguaje contemporáneo– y, al mismo tiempo, tenga un sello local”.
El pintor se levanta, mira sus cuadros, vuelve a sentarse, escucha una nueva pregunta: ¿Cómo se daría el desarrollo de una cultura artística con identidad peruana? Y la responde: “Creo que dándoles todos los elementos a los jóvenes. Para un pintor, por ejemplo, [una herramienta] es ver pintura, pero desgraciadamente en el Perú no se puede ver pintura porque no la hay. La primera vez que vi un Rembrandt, yo tenía 24 años y fue cuando viajé a Francia. Es decir, si usted no ha leído a Cervantes, no ha leído a Quevedo o a los clásicos españoles, está un poco mutilado, con las alas cortadas, para crear en español. Igual, si un pintor no ha visto obras de Rembrandt, Van Gogh, Picasso, ha visto solo atisbos de lo que es un Picasso o un Velásquez que, originalmente, mide tres metros por dos, pero los ve en reproducciones de 10 por 10 centímetros, no podrá crear. Entonces, lo primero que hay que hacer es mandarlos fuera, becarlos y, al mismo tiempo, darles conciencia de su propia cultura; es decir, que se empapen del arte peruano precolombino”.
De Szyszlo sostiene la mirada y la inclina por momentos sin rehuir la conversación. ¿Ese trabajo es solo del Estado y de las instituciones, o también de quienes quieren ser artistas? Respira profundo y contesta: “Creo que es tarea del artista, principalmente, es él quien tiene que tomar conciencia de eso. El arte es una cosa muy complicada, no es democrática.
Si usted no ha leído a Cervantes, a Quevedo o a los clásicos españoles, está un poco mutilado para crear en español.
Si usted no ha recibido o no ha nacido con un poco de talento, no hay manera de producir. El viejo refrán español dice ‘Si Dios no lo da, Salamanca no lo otorga’, o sea que por más que estudie, no está por ahí. Lo que hay que fomentar es el espíritu de cultura, la frecuentación de la pintura, de la literatura, de la música, y crear espíritus complejos. Son pocos los artistas que miran hacia adentro. Unamuno decía que si uno crece universal, lo que tiene que ser es local, buscar en sus propias raíces. Las raíces propias son las que nos dan universalidad”.