

LA CHICA SIN MIEDO
La directora, guionista y actriz Vanessa Vizcarra aprovecha el estreno de La Pequeña Niña, una obra acerca de una pequeña sin miedo, para explorar sus temores. escribe: LUIS M. SANTA CRUZ

Los miedos de Vanessa siempre han girado alrededor del fracaso. No recuerda miedos más infantiles que el pánico a la oscuridad o a los monstruos que habitan debajo de la cama, aunque asume que desde pequeña se ha enfrentado al demonio de la derrota. Formulado de forma diferente, ya que a veces podía ser del porte de un duende o del tamaño del mismísimo Satanás.
En su adolescencia, el temor tomó formas más específicas que se mantienen relativamente iguales hasta hoy. Ahora, su enemigo natural es plantearse metas que no cumplirá o generar expectativas para las que no estará a la altura.
Tratar de no fracasar es la única salida que encuentra, confiesa. Y automáticamente se corrige: “Lo he dicho mal, trato de hacer siempre mi mejor esfuerzo”. Y esta fe de erratas trae un mayor análisis encima porque el “mejor esfuerzo” se puede medir con diferentes fórmulas. Aun así, procede a hacer las cuentas.
Al año, Vanessa puede tener hasta cinco proyectos teatrales, lo que en 20 años de carrera sumaría casi 100 montajes en los que dirigió, escribió o actuó. Y, según ella, la mitad de ellos se podrían considerar “fracasos”, así que ya ha encontrado una especie de paz con la dolorosa palabra.
La matemática ahora se reemplaza por la filosofía porque la artista busca interpretar lo que realmente se puede catalogar como un fracaso a estas alturas. Explorando este concepto, llega a la conclusión de que la principal característica de esta derrota es no desarrollar un proyecto como hubiese querido, dándole el tiempo necesario y la disponibilidad justa. No ser feliz durante la ruta.
Y el público y la crítica no son factores que Vanessa Vizcarra considere para decir que una iniciativa suya resultó un fracaso, por ser elementos demasiado subjetivos. Una obra puede ser un fracaso de crítica y un éxito popular, y viceversa; rara vez se mantiene feliz a ambas cabezas de la criatura, pero no determinan la satisfacción incuestionable al final de cada función. Al menos para ella, al menos ahora.
A lo máximo que pueden aspirar los teatreros es a sentir placer, porque eso no impone límites. Fluir, gozar y descubrir son las claves
Afina los puntos negativos en los ensayos, después del estreno e incluso en la última función de la temporada, por lo que la obra en el papel y la que se presenta el día final del ciclo son seres diferentes. Con una misma alma, aunque la cara obedezca a otros rasgos.
Este poder de manipularlo todo no se debe confundir con tener control absoluto sobre la obra, porque dominar es algo estático y el punto universal del teatro es dinamizar una idea con el público. El que haga teatro y sienta que tiene el control debe revisarse, según la directora. A lo máximo que pueden aspirar los teatreros es a sentir placer, porque eso no impone límites. Fluir, gozar y descubrir son las claves de esta sensación tan particular.
Dicho todo eso, La Pequeña Niña ha cambiado mucho y eso llena de orgullo a Vanessa. Es una obra efímera, que siempre está en movimiento y en evolución, descubriéndose prácticamente como si fuera una persona. Una niña, para ser más exacto.
La teoría final de Vizcarra es que “el teatro es el arte más humano porque, al igual que nosotros, es imposible que deje de cambiar, es improbable que deje de alterarse”. Con esta premisa, hay varios niños y padres que están próximos a cambiar ante una chica sin miedo.