Atento a la situación, el maestro de ceremonias presiente que el público espera una explicación: “Este encuentro –dice– siempre se realiza en el Teatro Municipal de San Juan de Lurigancho (SJL), el cual está ubicado a pocos metros de la estación Pirámide del Sol del Metro de Lima”. Suficiente: los invitados saben que esa zona se inundó a principios de enero y que, por lo tanto, el ambiente no era el óptimo para reunir a gente ansiosa por escuchar a poetas, músicos y escritores. “Por eso, hemos cambiado de locación”, avisa.
El encuentro, organizado por el movimiento cultural literario Nokanchi Kanchu de SJL, ha convocado esta vez a una nutrida y variopinta comunidad de artistas. Han llegado desde declamadores hasta cuentacuentos, desde poetas hasta bailarines de marinera; algunos se hacen llamar sencillamente “artistas del pueblo”; otros, escritores, músicos, cantautores, autores de poesía en quechua o runa simi.
El arte es solidario y de ello dejan constancia los primeros participantes en el escenario; hay palabras de aliento para la gente que, entre las aguas del anegamiento, perdió sus cosas, pero no el entusiasmo. Luego, entra un poeta en escena y recita los versos limpios de un poema de título beligerante: “Corrupción”. Los efectos del flagelo enervan a cualquiera, más aún si se trata de un artista.
La audiencia, alrededor de 60 personas, se ordena en filas de sillas blancas. En otro extremo del salón, en el espacio reservado para la actuación de los artistas, unos paneles coloridos nos recuerdan el motivo de la cita.
La tarde avanza con una sonora dinámica propia: “tropas literarias” alternan con “tropas artísticas”. Las canciones de carnaval que recopiló el escritor y antropólogo José María Arguedas a mediados del siglo pasado, en la zona andina, suenan en las voces de artistas populares.
La poesía es tan suprema que merece un ambiente similar al de las iglesias: todos estamos hermanados y celebramos la vida
El artista literario cusqueño Isaac Soto Gamarra recita en quechua y en castellano, porque así lo hacía taita Arguedas: “Yo no soy un aculturado; yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en cristiano y en indio, en español y en quechua”. Y el poeta Rómulo Carrera Castro conmueve con un poema en homenaje a los Mártires de Uchuraccay: “¡Ya pasaron 36 años!”, exclama, sin esperar respuesta.
Entre aplausos, la música toma su turno en el festival para matizar la jornada. El poeta y músico Samuel Narváez, de Trujillo, transmite el ritmo y la sonoridad de otro clásico: la canción “Ojos azules”, con instrumentos típicos como la ocarina y los cascabeles. “Estuve recientemente en Cajamarca, siempre estoy llevando el arte. Llevo la ocarina, pues todos la usaron en la fiesta”, relata el artista.
Ahora, en el escenario está la joven cantante Yadira Sosa, La Única, para interpretar en quechua el clásico “Flor de retama”, aquel tema que se hizo conocido en la voz de Martina Portocarrero en la década de 1970. Absorto o compungido, el público sigue la letra del huaino en castellano, como un murmullo.
Es verdad, según la solemnidad del momento, estamos en un lugar sagrado, un espacio donde cada quien es libre para dejar fluir la sensibilidad de sus talentos o la firmeza de su identidad. Después de todo, eso es nokanchi kanchu: nosotros somos.