Chuquicaña, asentado en Arequipa, comenta: “Lo que hace entretenidos mis relatos no es Ilo, sino las voces, lo que se dice de cada calle o persona que vivió cuando la vida era maravillosa para mí, me refiero a mi infancia y adolescencia”.
Sí, el premiado es capaz de dibujar imágenes bellas con un lenguaje sencillo, y el fallo del jurado fue un gran acierto, un rescate del anonimato, si se piensa que el tiraje de Falsos cuentos: Taca Taca –su cuarto libro– era tan precario como su ciudad de origen: 250 ejemplares impresos por la editorial independiente Aletheya.
Gracias a la distinción, Yero ya no es un fantasma en el circuito literario, pero residir fuera de la capital todavía es una astilla en su teclado. “Hay quienes creen que debería moverme a Lima para coger mejor la onda literaria del país. A ellos les digo: Tienen toda la razón, por desgracia”, reflexiona con pesar y expectativa, estudiando la ruta a seguir.
Por el momento, sus palabras ya trascendieron nuestras fronteras. El año pasado, Chuquicaña fue invitado a la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa). Su agenda incluyó la participación de ‘Diálogos en movimiento’, proyecto por el que escritores conocidos o en ascenso visitan colegios de la periferia.
“La producción se encargó de conseguir todos los ejemplares de Taca Taca que había en la Filsa y los obsequiaron a los estudiantes del programa. Los chicos amaron el libro. ¡Salió de maravilla!”.
Otro narrador moqueguano es Gustavo Pino (1991), quien debutó con La ciudad dormida en el 2017. En el texto, también de cuentos, se encuentran varias referencias regionales, desde un personaje llamado ‘La Camaneja’ hasta menciones a ‘la universidad de Tacna’ y al ‘puente de los candados’ de Arequipa. En ese sentido, la obra de Pino es como un viaje virtual por el territorio más seco y desértico del país, en el cual el escritor, por medio de sus personajes, funge de guía turístico.
Las ciudades vistas a través de un prisma son hermosas, y es así como las describo: distorsionadas, pero sin que pierdan su esencia
“Las ciudades vistas a través de un prisma son hermosas, y es así como las describo: distorsionadas, pero sin que pierdan su esencia. Trato de hacerlas reconocibles. Moquegua es el lugar perfecto para escribir, repleta de historias y lugares muy literarios”, apunta Pino.
El cuento que da título al volumen es una interpretación individual, ficticia, del ‘moqueguazo’, convulso conflicto minero de hace una década. En él, un trajinado librero le dice a un lector joven: “Y pensar que Moquegua en los años sesenta se proyectaba en el desarrollo económico del país como «el departamento del futuro» —rió nostálgicamente—. Yo jovencito escuchaba todo con orgullo, con esperanza, teníamos la riqueza pesquera. Tantas cosas, muchacho, para seguir creciendo y permanecimos en el olvido y el letargo”.
“Ya no estoy seguro de si se pueda hacer una carrera literaria fuera de Lima. Tampoco estoy seguro de que se pueda hacer una carrera literaria desde Lima, pero al menos [allí] consigues cierta notoriedad para vender más libros que cualquier escritor de provincia”, se sincera Pino.
Sintomático que coincida con Chuquicaña. Y llamativo que comparta con él más que una raíz geográfica: sus estructuras narrativas se han adherido a lo tradicional, decimonónico, y la ficción es su espacio para reflexionar acerca de la identidad de su pueblo.
¿Abandonarán su zona de confort? Lo descubriremos pronto, pues Yero ya amenaza con un nuevo cuentario, mientras que Gustavo presentará su primera novela, Un asunto frío y vulgar, en marzo. Sin duda, gran parte de su constante actividad se la deben a los ojos de cazador de Ruhuán Huarca, director editorial de Aletheya. A este paso, pronto podrá decir: “¡Yo los descubrí!”.