Adiós a uno de los prosistas más brillantes de la llamada Generación del 50
El tránsito creativo de Rember Yahuarcani está ligado a su origen huitoto. Hoy, el reconocimiento de su obra dentro y fuera del país reafirma su identidad indígena y su estilo contemporáneo.
texto y foto: césar chaman
En el principio del mundo, todo lo que había era agua y oscuridad. Rember Yahuarcani, huitoto nacido en La Colonia hace 32 años, hijo de Santiago y Nereida, criado en el distrito de Pebas, donde el caudal del río Ampiyacu se somete al del Amazonas, recuerda las historias que le contaba su abuela Marta y con ellas intenta explicar la naturaleza de su arte. En el origen, el Creador sueña y crea sobre esos dos elementos: el agua, la oscuridad.
Los cuadros de Rember son la evidencia de una transformación sostenida en el tiempo. De las escenas que mostraban al poblador huitoto en tareas cotidianas –trazadas con tinte de piri piri, en dos o tres tonos, sobre corteza de llanchama y en superficies comprimidas–, el artista ha saltado a los formatos grandes donde el color domina el espacio e impregna personajes míticos, serpientes, corrientes, sueños y situaciones imaginarias. El viaje interior le ha tomado casi veinte años: primero, la penumbra; después, el arcoíris.
Confesiones
“Yo no quería ser un pintor indígena”, confiesa Rember. Lo supo esa mañana del año 2005 cuando metió la mano al bolsillo y no encontró un centavo para pagar el micro Lima-Callao. “Vivía en Bellavista, necesitaba llegar al centro para cobrar por un cuadrito que vendí en 40 soles… ¡y no tenía ni un sol!”. Hasta entonces, quienes habían visto sus trabajos lo catalogaban como un “artista popular”, un pintor nativo cuyos cuadros tenían posibilidad de exhibirse en algún museo etnográfico –para hablar de cultura amazónica–, pero no en una galería donde los compradores buscan, sobre todo, firmas que garanticen su inversión. “Esa vez me pregunté qué era el arte, cómo era la vida del artista, cómo debía ser una pintura para entrar al mercado. Y tuve que decidir entre dedicarme a la pintura o encontrar otro trabajo”. Rember eligió hacerse un pintor contemporáneo, sin renegar de su origen huitoto.
Cabello largo, vestido de negro completo, Yahuracani explica que su apellido es quechua y significa “soy sangre”, aunque en lengua kukama podría entenderse como “el clan del jaguar”. En su taller del tercer piso de un viejo edificio con ventanas a la plaza San Martín, Rember revisa la historia de sus antepasados. Habla de Gregorio López, su bisabuelo materno, integrante de la familia aymenu –el clan de la Garza Blanca–, uno de los primeros nativos trasladados a las cercanías del río Ampiyacu en los tiempos de la fiebre del caucho, hace más de cien años. Y recuerda a su abuela Marta, que le contaba leyendas del bosque, los orígenes del universo, cómo nacieron los ríos, de dónde salieron los animales y de qué manera se fue poblando el planeta.
Hoy, todas esas historias señalan los límites y las liberalidades de su producción pictórica. Yahuarcani es un pintor de cuadros con títulos largos, como ese que ganó el segundo premio del noveno Concurso Nacional de Pintura del Banco Central de Reserva, el año pasado. Su nombre es casi una guía de apreciación artística para no iniciados, la intención de decir algo con todas las herramientas a la mano: Los primeros humanos conquistan a la mujer Arco Iris para que el cielo no caiga a la tierra.
Evoluciones
“Mi primera muestra individual se llamó Lágrimas del Piri Piri, y la hice en el año 2004, en la Biblioteca Nacional. Vi en la gente aceptación por mi obra; sin embargo, en mis siguientes exposiciones me di cuenta de que iba encasillándome como ‘pintor indígena’ –reflexiona el artista–. Yo no necesitaba ninguna etiqueta, quería ver mis trabajos en las galerías de arte”.
¿Crees que de continuar con las escenas cotidianas del mundo amazónico no se te hubieran abierto esas puertas?, le pregunto. “No por la temática, sino por la técnica, por el estilo –responde Yahuarcani–. El mito, la historia, los personajes de mis pinturas siguen siendo huitotos. ¡Yo soy un pintor huitoto!”.
Para Rember, pero no solo para él, la palabra “indígena” tiene demasiado peso, sobre todo en una sociedad que aún discrimina por piel y por cuna. “Después de que llegué a Lima, para la exposición colectiva Serpiente de Agua, en la antigua estación de Desamparados, me enteré de lo que significaba ser un indígena en una ciudad como esta”.
¿Qué ha cambiado para ti, ahora que tus obras se exponen en China, Estados Unidos y Europa; ahora que tu firma tiene ya un valor específico y que algunos de tus cuadros se venden en 10,000 dólares? Yahuarcani entiende que aquello que había recibido de sus ancestros, del clan de la Garza Blanca, era totalmente nuevo y valioso en el mundo del arte; comprende que esa era el ancla que necesitaba para fortalecer su identidad amazónica. “Nunca tuve problemas con ser huitoto: no los tuve antes, menos los voy a tener ahora…”.
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